jueves, febrero 28

Galatea

Catorce preámbulos antecedieron al pálido escribir de Galatea, que, sin una pluma ni un lapiz, plasmaba su sangre en hojas de lino, dirimiendo sus venas para que el espeso líquido que de ellas manaba dibujara las letras una a una, haciendo de ese pedazo de tela inherte una mariposa que expelía luz por la boca... y Galatea se ponía la escafandra.

Cuando ella sabía que transgredía los cánones que debía llevar su soneto hecho viento, caminaba cerrando la herida, andaba y desandaba sus pasos; caminaba encerrada en su cuarto para no sentir en sus retinas un flujo de luz que pudiera dejarla ciega. Galatea reposa ahora, se mira a sí misma desde un agujero que ella misma hizo en la pared de ladrillo un día que no supo que hacer con su alma, se observa mientras duerme y sueña que es ella, que escribe y que sobradamente engulle su propio reflejo; cuando se ve a si misma cree morir de nuevo al amanecer. Galatea tiembla, su cuerpo apenas se mueve cuando sus pulmones se hinchan de dolor hecho oxígeno.
Un amanecer frío despertó entonces a Galatea que ya no se veía más a si misma sino en el espejo, sorbía con desgano el desabrido té del desayuno, se sentía quemada, se sentía inutil en medio de ese cuarto cerrado y deseaba con todas las fuerzas de su gastada alma poder salir de aquél cuarto del cual era prisionera; pero la luz la atemorizaba, sus retinas temblaban cuando algún rayo se colaba por los cartones que tapaban las ventanas, Galatea entonces suspiraba y recostada en su litera abría sus venas para poder escribir.

- "solías ser como mi gemela Galatea, solías estár conmigo en la alfombra de luz que circundaba tus cabellos, y si mal no recuerdo, acariciaba tu pelo con suavidad y ternura; ahora que ya no estás ni respiras, acaricio el polvo que se arrima en la cabecera de mi camastro... Sus dedos recorren mi cuello hasta mi pecho, Galatea, no sabes cuánto le temo".

Así, Galatea se vió de nuevo envuelta en un discurso en llamas, incorporándose, sintió de nuevo el mareo que la atrapaba cada vez que escribía demasiado; entonces cerró los ojos por un instante, por un efímero momento, para así, y de alguna forma, poder hacer desaparecer a los fantasmas que la acompañaban cada tarde; cuando volvío a abrirlos, vió su propia sangre chorreando por las paredes. Pero Galatea no está asustada.

Revisa una a una las palabras que ha escrito en busca de errores, las lee una por una; Galatea en lo más profundo de su inocente existencia primaria, sabe que no es más que un simple mito, se sabe todas las palabras de memoria, sabe muy bien que su realidad es tan solo una construcción ilusoria de palabras y discursos de los otros, de aquellos que la observan desde las rendijas de su habitación. Galatea devora la última bocanada de humo del cigarrillo que tiene entre los dedos, deja que lo demás se consuma en el cenicero que está atiborrado de colillas viejas y ceniza espesa hecha polvo; se pone la escafandra y echa a volar. Se siente débil, flotando entre las maderas de las paredes, a veces se golpea y las marcas le quedan firmadas en la piel; su piel, que desde hace un tiempo está invadida de sendos moretones de sus anteriores vuelos.

Cuando sus pies tocaron el suelo, el chirrido de las maderas desvencijadas del suelo la despertó, abrió los ojos, se sintió asfixiada, y supo, como siempre lo sabía, que era el momento de quitarse la escafandra antes de ahogarse con su propia libertad. Volvió a sentarse en la silla, abrió sus venas para volver a escribir esas historias; la tinta se compone en el lino a partir de su sangre; las palabras bailan y viven mientras Galatea muere al articular las frases.

Al día siguiente, Galatea resucitó al despertar, respiró profundo y poco después se levantó de su litera, le molestaba el aire viciado que gobernaba su habitación, le provocaba constantes cefaléas y arcadas; sin embargo, se negaba rotundamente a abrir las ventanas para no ver las luces de un amanecer nuevo. Hoy y por primera vez en su vida, ella escribe sobre sí misma, sus venas están casi vacías, se le han acabado las cajetillas de cigarrillos y cada vez es menor el ansia de escribir contra el deseo de ver algo más allá de lo que sus ojos le permiten; una lágrima rueda por su mejilla y corroe parte del texto plasmado en el último lino que le queda. Su mano se hace puño rápidamente y la presión hace que un estallido de sangre manche su piel desnuda, grita de rabia y frustración, vé cómo la salina lágrima que broto de su ojo derecho disuelve todo el lino donde vió escrita su propia historia, sus penas y sus tristezas, sus miedos. Galatea otra vez susurra suavemente su nombre, lo repite de vez en cuando, está encarnada, asustada y en posición fetal en una esquina de su cuarto, la esquina donde la luz de la vela jamás llegó; escucha cómo poco a poco el cebo del candil va estallando cuando la llama en el pabilo va agonizando; Galatea repite su nombre con más volumen.

Cuando la boca de Galatea hubo pronunciado la última sílaba de su nombre en un gran grito ahogado por la desesperación, escuchó como unos pasos se acercaban velozmente hacia su puerta, comenzó a temblar; cuando los pasos se detuvieron hubo un silencio incómodo en todo el ambiente y alguien rompió la puerta de un golpe. Galatea gimió con desesperación, se llevó las manos a los ojos y los cubrió con fuerza, a medida que sentía cómo la luz diáfana le iba quemando las retinas, el dolor le provocaba un temblor extraño en los globos oculares, lo último que vió es cómo un haz de luz la iba dejando sin vista. Le estallaron los ojos en un sonido voráz que devoró su corazón.

Galatea está ciega.

5 comentarios:

Guille dijo...

Parece una poesía narrada..

Me quedé un rato largo escuchando la zamba geisha.. la verdad que está muy buena.

saludos, raúl.

Azael dijo...

muy bueno man... me lo copié a mi pc para volver a leerlo

Azul... dijo...

Desgarradr y hermoso

Un besote

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Azael dijo...

al ceguera es causada por la realidad, un abrazo compañero