Todos alguna vez necesitamos un lugar donde descansar, donde acostar la cabeza, un túnel bajo el cual caminar, un hombre viejo que habita en nosotros, un niño que muere dentro nuestro; todos alguna vez mereceremos las tinieblas.
Aristas entre las sombras lejanas, los humanos caminamos ciegos víctimas de nuestras virtudes; tan distantes del fuego prometéico, metidos dentro de cruentas vorágines de verdades y vicisitudes insoslayables; hundidos en el desconocimiento de nuestras certezas absurdas.
Todos alguna vez necesitamos la frustración y el luto de la muerte que nos persigue, desesperar en el devenir intempestivo de vientos en contra; necesitamos recoger nuestras alas rotas, necesitamos huir del brillo del sol, necesitamos escondernos entre la penumbra de la luna que se anticipa a la aurora. Todos sutilmente suelen rezar a su lucero favorito, por un acto filantrópico que intervenga en su trágico destino forjado a fuerza y sudor. Sucumbimos a tentaciones a lo largo del trecho marcado por nuestros ojos de horizontes carcomidos por la esperanza, nada mejor que caminar entre los miedos. Todos alguna vez hemos temido, pero pronto dejaremos de temer.
A manera de esfuerzo inútil, de atrevimientos fatuos, de imberbes demostraciones de poder y grandeza, se acerca un ocaso que oculta nuestras frentes de intelecto servil y sumiso, algo se acercará por la espalda.