viernes, agosto 15

la noche del lobo

El lobo ambula más y más solitario cada momento, mira a su alrededor y las ovejas se ríen de él; está demasiado domesticado, es demasiado dócil para atacarlas, y cada momento se asquea de su imagen. Es tan solo uno más de los de su especie.

Y es que en realidad soy un lobo que habita entre ovejas, un ser salvaje y arisco que ha sido domado por esas tantas voces que hoy siento como mías, esas palabras que no me pertenecen, pero palabras que ahora son tanto mis palabras como las suyas.

Mira su reflejo en el agua que bebe, cada pequeña partícula de su ser difiere enteramente de los otros seres que están a su alrededor caminando, ambulando, comprando, viendo, escuchando, consumiendo, obedeciendo, obedeciendo, obedeciendo, obedeciendo; y el también sabe que está obedeciendo, mientras mantiene las fauces apretadas para no morder, para no gritar, para no aullar... el riesgo es que pierda esa comodidad. La comodidad de no pensar por si solo.

Ya debe ser tanto tiempo que recorro este prado, que he olvidado la fría y muerta estepa de la que provengo, ellos no son los míos, yo no pertenezco a este lugar, pero es cálido y a veces acogedor, pero yo no soy de ellos, no soy su mascota, aunque me acarician la cabeza, me dan de comer y hacen que piense que soy especial, cuando se bien que no lo soy; hacen todo eso para acomodarme, para consolarme, para domarme; para que no me pregunte qué hago yo acá, para que otros de los míos tampoco puedan pensar, para que no podamos huir, para que no logremos alcanzar una libertad que no existe

El lobo es tán absurdo, y bebe el agua, sabe que por más que se queje no hará nunca nada para cambiar su forma de vivir, no buscará más allá... porque teme perder.

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