jueves, octubre 30

El día que Carolina palpó la membrana de su Sueño

"Navegare necce est,
Vivire non necce est."

Los faroles iluminaban con cierta complicidad la noche en que Carolina escapaba de su celda, y si mientras tanto, se sentía de nuevo huérfana, su noche se convertía en una blasfemia para las buenas costumbres familiares que le habían inculcado durante toda su vida -su corta vida- La noche se teñía de un azul cobalto de brillos extraños, se iluminaba con brillos no presentidos de su corazón tricolor que se debatía entre la angustia y la desesperación; porque a partir de esa noche, Carolina sabía muy bien que no podría volver atrás y tenía que continuar caminando sin tornar su vista hacia lo pasado, sin vislumbrar ninguna frontera a partir de ahora, siendo el único límite su propia libertad, ese espejismo del que había desertado después de negociar una vida cómoda. “Quemar las naves Carolina, conquistar tu propia sangre o morir en el intento” eso le decían las voces que la acorralaban; la voz de Clara, la voz del hombre callado, la voz de la hija del viento, la voz del cíclope: sus voces, el blah blah blah que Carolina asentía con un amén cerrado en la boca.

Carolina caminaba por la vera del río como buscando algo –como caminar por la cornisa de un ávido sentimiento de plástico y un ligero presentimiento de nocturna compasión- una búsqueda del objeto de contrabando que le habían prohibido a plan de ganar algo que ella no sabía que había deseado alguna vez. Los gatos, los sueños escarlata en la cómoda cama del hogar de la señora de la desesperación; Carolina se sentía en quiebra, y la amedrentaban las canciones que le enseñaron a seguir adelante buscando lo que jamás encontraría "Carolina, si vas a seguir adelante, busca aquello que jamás encontrarás, no importa lo que sea, busca aquello que quieres, aunque mueras en el intento". Pensaba en la muerte, la confusión, en las víctimas de un cielo azul que se come a sí mismo y vomita noches que nadie espera, esas noches lluviosas que se cuelan consumiendo lo pecados de soñar algo más que la estúpida seguridad; las noches violentas y frías, abusivas; esas noches sujetas al aroma meloso y empalagoso de los sueños de Carolina.
No quería mirar más atrás, lo demás ya no importaba; ni lo que estaba perdiendo, ni lo que ya jamás volvería a tener, empezar de cero dos horas después de que el alba empezaba a rozar el horizonte, caminar, sin nada que perder, sin nada que ganar, reptando por las mañanas entre el desvarío que limita la locura de aquellos que sueñan con rehacer su vida. Quería olvidar el despertarse abrumada, asustada y fría, olvidar esas mañanas en que sentía que no despertaba, zarpar de nuevo en las naves que la llevarían al otro lado donde podría ser lo que le habían prohibido ser de este lado del mar, arribar y quemar las naves.

A partir de las seis treinta de este día en que ha logrado escapar y se ha hecho un ángel caído, para ella todos somos un rebaño de sueños luchando por subir y jamás bajar un escalafón que tapona la fantasía; somos un sueño en el que nos vivimos, un coma del cuál jamás despertamos, en el cuál vivimos, hablamos, cogemos, lloramos, reímos y nos sentimos tranquilos sin afrontar nuestra verdadera existencia, un coma que nos receta una vida para liberarnos de construirla a plan de dejar morir nuestra comodidad; solo un estado de coma que nos suelta un velo para no ver nuestra realidad vacía y nuestra tan vacía vida. Pero ahora, para Carolina, lo vacuo no es molesto, ella sabe muy bien que tenemos todo por delante, aunque estamos entre la espada y la pared; una disyuntiva en la que no hay más que ir hacia adelante, hacia la espada, hacia la sangre que se derrama del pecho y el dolor punzante que alimenta las ganas de seguir, y seguir y emprender el vuelo haciendo que el filo atraviese de una vez por todas nuestro cuerpo entero, y así, a riesgo de perder la vida, seguir adelante. La vida es lo único que tenemos para apostar.
Carolina ahora camina en un réquiem para la noche en que dejó la pasión por la ruina, por aquello a lo que los demás tememos. y llora de alegría por haber atravesado y vivido en el tango de una noche evanescente que se derritió cuando ella decidió amar sus propias fantasías, las cuales la llevaron a alejarse de la vida que los demás aconsejan, cuando optó por dejarse navegar como un velero a la deriva.

Esta mañana Carolina no ha despertado, y un silencio habla en su pecho manchando al amanecer de un grito ansiado de la libertad que el mundo se había encargado de arrebatarle.

Carolina, verso de frío en el racimo de ilusiones que personifican la nada, al otro lado del apagón del mundo, en el lugar de sus canciones, en la mística imaginaria de un punto final. Carolina ahora respira tranquila.

3 comentarios:

Tremulant dijo...

por fin te matas... digo la mataste

Tremulant dijo...

es un texto interesante, algo divagado y saenzsiano (excesivamente saenzsiano) pero eso es parte de tu forma de ser supongo, me gusta el modo en que abordaste la melancolia de la muchacha y la proyeccion que mencionaste hace rato....

eros dijo...

No le noté el Saenzismo, eso si, lo sentí bien lírico, bastante delicado y por ende te deja fluir el leer.

Me gustó mucho el cuento che y hay demasiadas formas de traducirlo, y me da verguenza decir as que se me ocurrió XD